El pasado domingo Sor Teresa, Hermana del Amor de Dios, partió a la Casa del Padre.
Su último destino había sido la Comunidad del Seminario Mayor de Ourense. Pasó los últimos meses de su enfermedad en la Residencia Usera de Salamanca.
Hoy, lunes, han tenido lugar los funerales e inhumación de sus restos mortales en el panteón de la COngregación.
“¡Qué mañana de luz recién amanecida, resucitó Jesús, y nos llamó a la
vida!
Sor Teresa ha sido una mujer entera, abierta totalmente a la gracia del
Espíritu, como buena Hermana del Amor de Dios.
Desde sus primeros años en su
Almería natal, Sor Teresa acogió a
Jesucristo en su corazón y se enamoró de Él. Su amor a Jesucristo hizo de
ella una “gran mujer”; una mujer “dulce y fuerte”, al mismo tiempo. Dulce, por
su trato y mansedumbre aprendida en el Corazón de Jesucristo; y fuerte, por la
fortaleza que el Espíritu Santo ponía en su corazón, para discernir y optar siempre
por el Bien y defender la Verdad.
Verdad, Ternura, Alegría y Agradecimiento
la acompañaron toda su vida hasta el final de sus días.
Su vida es un resumen del camino
evangélico que nos propone diariamente el Papa Francisco: sencillez, humildad, acogida incondicional de todos… y todo
esto “sin miedo a la ternura”… El amor de Dios, que inflamó su corazón,
le permitía amar con ternura, “sin miedo”. ¡Cuánto le gustaba a ella decir a
las personas: “te quiero”! Sin complicaciones, sin miedos ni vergüenza.
Vivió enamorada de los niños y de los jóvenes, a quienes ofreció lo mejor
de su vida, de su corazón y de su salud. A ellos se entregó, y por ellos
sufrió. Su paso por tierras de América nos ha dejado una huella imborrable de
este amor grande, identificado también con la Cruz de Jesucristo.
Junto a Jesucristo y a los niños, otro gran amor iluminó el corazón de Sor
Teresa: la Virgen María. A ella le rezaba y le cantaba hermosamente
con su voz, pero sobre todo con mucho cariño y con fe. De María aprendió a amar
a Jesús y a los niños. Así rezaba sor
Teresa: “Gracias, madre, por habernos
dado el gran tesoro, a tu Hijo. Madre, tú eres muy buena y nos amas mucho, y
nos estás mirando desde el cielo con amor de madre”.
… Y todo esto, Sor Teresa lo
vivió como Hermana del Amor de Dios.
Fue siempre hermana de todas y para todas, independientemente de la
labor que desempeñase en cada momento. Vivió en la luz del Espíritu y en
la fuerza del Espíritu. Ahora Dios la ha llamado a sí, para darle en
plenitud lo que ya en este mundo empezó a disfrutar: la Paz, la Alegría y el
Amor de Dios.
Descanse en paz. Amén.
¡Gracias, Señor! ¡Gracias, Sor
Teresa!