Calendario

jueves, 28 de agosto de 2014

El javeriano ourensano Adolfo Zon Pereira, Obispo en Brasil

 

El misionero ourensano en Brasil Adolfo Zon Pereira (Seixalbo, 1956), ha sido nombrado por el Papa Francisco obispo coadjutor de la diócesis de Alto Solimoes, Brasil.

 
Misionero javeriano, el P. Adolfo fue ordenado sacerdote en Ourense en el año 1986, después de haber cursado sus Estudios Eclesiásticos en el Seminario Mayor de Ourense y en Madrid. Licenciado en Doctrina Social de la Iglesia, desarrolla su labor pastoral como misionero en Brasil desde hace más de 20 años.

miércoles, 27 de agosto de 2014

26 agosto. Santa Teresa de Jesús Jornet

Las Hermanitas de los Ancianos Desamparados celebraron solemnente la fiesta de su fundadora y patrona de la ancianidad, Santa Teresa de Jesús Jornet e Ibars.

El Sr. Obispo presidió la Eucaristía en la Residencia "Santa María" de Verín, el Sr. Vicario General en la Residencia "San José" de Ourense, y el Delegado para la Vida Consagrada en la Residencia "Hermanos Prieto" de Carballiño. 
Felicidades a todas las Hermanitas, Ancianos Residentes, Trabajadores, Voluntarios y Bienhechores.

miércoles, 20 de agosto de 2014

Hermanas del Amor de Dios dejan el Seminario

Después de 60 años al servicio de las vocaciones sacerdotales, las Hermanas del Amor de Dios dejan su misión en nuestros seminarios diocesanos Mayor y Menor.
Por sus cuidados han pasado miles de niños y jóvenes a lo largo de estas décadas, entre los que se cuentan todos los sacerdotes diocesanos de Ourense.
Nuestra diócesis nunca sabrá reconocer y agradecer suficientemente la dedicaicón y abnegada entrega de tantas Hermanas que intentando encarnar el Amor de Dios en un servicio humilde y callado, pero insustituible e impagable.
Que el Señor os siga bendiciendo a cada una de vosotras en vuestras nuevas misiones y conceda numerosas vocaciones a vuestra congregación, para mantengáis vivo el carisma que el Señor os transmitió hace 150 años a través del Venerable P. Usera.
GRACIAS


lunes, 18 de agosto de 2014

Año Jubilar Misioneras del Divino Maestro

  


El día 15 de Agosto el Sr. Obispo de Ourense inauguró en Montealegre un Año Jubilar para las Misioneras del Divino Maestro y Cooperadores seglares del Divino Maestro, con motivo de los 50 años de Fundación de la Casa de Montealegre y del Traslado de los restos del Padre fundador desde el Seminario a la Capilla de Montealegre.
La jornada comenzó por la mañana, dedicada a profundizar en la figura del Padre fundador, Don Francisco Blanco Nájera, a lo que siguió una actuación de la agrupación folcórica ourensana Queixume dos Pinos, y luego un aperitivo.

La tarde comenzó con unas palabras de la Rvda. Madre General, Hna. Camen Tombo y una ponencia de la Hna. Rogelia sobre la figura de la Madre Fundadora, Madre Soledad de la Cruz. A continución, en el Claustro, el cuarteto de cuerda De la Vega, ofreción un concierto.

Ya en la Capilla de la Casa, el Sr. Obispo en compañía de un grupo de sacerdotes presidió la celebración de la Eucaristía, que concluyó con el canto de las hermanas ante la tumba de los fundadores.

Siguió un vino español con el que las hermanas quisieron obsequiar a todos los presentes.
Durante este año les iremos dando noticia de los sitintos actos jubilares de esta Congregación.

FELICIDADES

FRANCISCO A LA VIDA CONSAGRADAEN COREA:”ESTÁN LLAMADOS A SER -EXPERTOS- EN LA MISERICORDIA DIVINA”

DISCURSO ÍNTEGRO
 
Queridos herman
os y hermanas
en Cristo:
Saludo a todos con afecto en el Señor. Es bello estar hoy con ustedes y compartir este momento de comunión. La gran variedad de carismas y actividades apostólicas que ustedes representan enriquece maravillosamente la vida de la Iglesia en Corea y más allá. En este marco de la celebración de las Vísperas, en la que hemos cantado las alabanzas de la bondad y de la misericordia infinita de Dios, agradezco a ustedes, y a todos sus hermanos y hermanas, sus desvelos por construir el Reino de Dios en este querido país. Doy las gracias al Padre Hwang Seok-mo y a Sor Escolástica Lee Kwang-ok, Presidentes de las conferencias de Superiores Mayores masculinos y femeninos de los Institutos religiosos y las Sociedades de Vida Apostólica, por sus amables palabras de bienvenida.
Las palabras del Salmo -«Se consumen mi corazón y mi carne, pero Dios es la roca de mi corazóny mi lote perpetuo» (Sal 73,26)- nos invitan a reflexionar sobre nuestra vida. El salmista manifiesta gozosa confianza en Dios. Todos sabemos que, aunque la alegría no se expresa de la misma manera en todos los momentos de la vida, especialmente en los de gran dificultad, «siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado» (Evangelii gaudium, 6). La firme certeza de ser amados por Dios está en el centro de su vocación: ser para los demás un signo tangible de la presencia del Reino de Dios, un anticipo del júbilo eterno del cielo. Sólo si nuestro testimonio es alegre, atraeremos a los hombres y mujeres a Cristo. Y esta alegría es un don que se nutre de una vida de oración, de la meditación de la Palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos y de la vida en comunidad. Cuando éstas faltan, surgirán debilidades y dificultades que oscurecerán la alegría que sentíamos tan dentro al comienzo de nuestro camino.
Para ustedes, hombres y mujeres consagrados a Dios, esta alegría hunde sus raíces en el misterio de la misericordia del Padre revelado en el sacrificio de Cristo en la cruz.
Sea que el carisma de su Instituto esté orientado más a la contemplación o más bien a la vida activa, siempre están llamados a ser «expertos» en la misericordia divina, precisamente a través de la vida comunitaria. Sé por experiencia que la vida en comunidad no siempre es fácil, pero es un campo de entrenamiento providencial para el corazón. Es poco realista no esperar conflictos: surgirán malentendidos y habrá que afrontarlos. Pero, a pesar de estas dificultades, es en la vida comunitaria donde estamos llamados a crecer en la misericordia, la paciencia y la caridad perfecta.
La experiencia de la misericordia de Dios, alimentada por la oración y la comunidad, debe dar forma a todo lo que ustedes son, a todo lo que hacen. Su castidad, pobreza y obediencia serán un testimonio gozoso del amor de Dios en la medida en que permanezcan firmes sobre la roca de su misericordia. Éste es ciertamente el caso de la obediencia religiosa. Una obediencia madura y generosa requiere unirse con la oración a Cristo, que, tomando forma de siervo, aprendió la obediencia por sus padecimientos (cf. Perfectae caritatis, 14). No hay atajos: Dios desea nuestro corazón por completo, y esto significa que debemos «desprendernos» y «salir de nosotros mismos» cada vez más.
Una experiencia viva de la diligente misericordia del Señor sostiene también el deseo de llegar a esa perfección de la caridad que nace de la pureza de corazón. La castidad expresa la entrega exclusiva al amor de Dios, que es la «roca de mi corazón». Todos sabemos lo exigente que es esto, y el compromiso personal que comporta. Las tentaciones en este campo requieren humilde confianza en Dios, vigilancia y perseverancia.
Mediante el consejo evangélico de la pobreza, ustedes podrán reconocer la misericordia de Dios, no sólo como una fuente de fortaleza, sino también como un tesoro. Incluso cuando estamos cansados, podemos ofrecer nuestros corazones agobiados por el pecado y la debilidad; en los momentos en que nos sentimos más indefensos, podemos alcanzar a Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9). Esta necesidad fundamental de ser perdonados y sanados es en sí misma una forma de pobreza que nunca debemos olvidar, no obstante los progresos que hagamos en la virtud. También debe manifestarse concretamente en el estilo de vida, personal y comunitario. Pienso, en particular, en la necesidad de evitar todo aquello que pueda distraerles y causar desconcierto y escándalo a los demás. En la vida consagrada, la pobreza es a la vez un «muro» y una «madre». Un «muro» porque protege la vida consagrada, y una «madre» porque la ayuda a crecer y la guía por el justo camino. La hipocresía de los hombres y mujeres consagrados que profesan el voto de pobreza y, sin embargo, viven como ricos, daña el alma de los fieles y perjudica a la Iglesia. Piensen también en lo peligrosa que es la tentación de adoptar una mentalidad puramente funcional, mundana, que induce a poner nuestra esperanza únicamente en los medios humanos y destruye el testimonio de la pobreza, que Nuestro Señor Jesucristo vivió y nos enseñó.
Queridos hermanos y hermanas, con gran humildad, hagan todo lo que puedan para demostrar que la vida consagrada es un don precioso para la Iglesia y para el mundo. No lo guarden para ustedes mismos; compártanlo, llevando a Cristo a todos los rincones de este querido país. Dejen que su alegría siga manifestándose en sus desvelos por atraer y cultivar las vocaciones, reconociendo que todos ustedes tienen parte en la formación de los consagrados y consagradas del mañana. Tanto si se dedican a la contemplación o a la vida apostólica, sean celosos en su amor a la Iglesia en Corea y en su deseo de contribuir, mediante el propio carisma, a su misión de anunciar el Evangelio y edificar al Pueblo de Dios en unidad, santidad y amor.
Encomiendo a todos ustedes, de manera especial a los ancianos y enfermos de sus comunidades, a los cuidados amorosos de María, Madre de la Iglesia, y les imparto de corazón mi bendición, como prenda constante de gracia y de paz en su Hijo, Cristo Jesús.
hermanos y hermanas en Cristo:Saludo a todos con afecto en el Señor. Es bello estar hoy con ustedes y compartir este momento de comunión. La gran variedad de carismas y actividades apostólicas que ustedes representan enriquece maravillosamente la vida de la Iglesia en Corea y más allá. En este marco de la celebración de las Vísperas, en la que hemos cantado las alabanzas de la bondad y de la misericordia infinita de Dios, agradezco a ustedes, y a todos sus hermanos y hermanas, sus desvelos por construir el Reino de Dios en este querido país. Doy las gracias al Padre Hwang Seok-mo y a Sor Escolástica Lee Kwang-ok, Presidentes de las conferencias de Superiores Mayores masculinos y femeninos de los Institutos religiosos y las Sociedades de Vida Apostólica, por sus amables palabras de bienvenida.
Las palabras del Salmo -«Se consumen mi corazón y mi carne, pero Dios es la roca de mi corazón y mi lote perpetuo» (Sal 73,26)- nos invitan a reflexionar sobre nuestra vida. El salmista manifiesta gozosa confianza en Dios. Todos sabemos que, aunque la alegría no se expresa de la misma manera en todos los momentos de la vida, especialmente en los de gran dificultad, «siempre permanece al menos como un brote de luz que nace de la certeza personal de ser infinitamente amado» (Evangelii gaudium, 6). La firme certeza de ser amados por Dios está en el centro de su vocación: ser para los demás un signo tangible de la presencia del Reino de Dios, un anticipo del júbilo eterno del cielo. Sólo si nuestro testimonio es alegre, atraeremos a los hombres y mujeres a Cristo. Y esta alegría es un don que se nutre de una vida de oración, de la meditación de la Palabra de Dios, de la celebración de los sacramentos y de la vida en comunidad. Cuando éstas faltan, surgirán debilidades y dificultades que oscurecerán la alegría que sentíamos tan dentro al comienzo de nuestro camino.Para ustedes, hombres y mujeres consagrados a Dios, esta alegría hunde sus raíces en el misterio de la misericordia del Padre revelado en el sacrificio de Cristo en la cruz.
Sea que el carisma de su Instituto esté orientado más a la contemplación o más bien a la vida activa, siempre están llamados a ser «expertos» en la misericordia divina, precisamente a través de la vida comunitaria. Sé por experiencia que la vida en comunidad no siempre es fácil, pero es un campo de entrenamiento providencial para el corazón. Es poco realista no esperar conflictos: surgirán malentendidos y habrá que afrontarlos. Pero, a pesar de estas dificultades, es en la vida comunitaria donde estamos llamados a crecer en la misericordia, la paciencia y la caridad perfecta.La experiencia de la misericordia de Dios, alimentada por la oración y la comunidad, debe dar forma a todo lo que ustedes son, a todo lo que hacen. Su castidad, pobreza y obediencia serán un testimonio gozoso del amor de Dios en la medida en que permanezcan firmes sobre la roca de su misericordia. Éste es ciertamente el caso de la obediencia religiosa. Una obediencia madura y generosa requiere unirse con la oración a Cristo, que, tomando forma de siervo, aprendió la obediencia por sus padecimientos (cf. Perfectae caritatis, 14). No hay atajos: Dios desea nuestro corazón por completo, y esto significa que debemos «desprendernos» y «salir de nosotros mismos» cada vez más.
Una experiencia viva de la diligente misericordia del Señor sostiene también el deseo de llegar a esa perfección de la caridad que nace de la pureza de corazón. La castidad expresa la entrega exclusiva al amor de Dios, que es la «roca de mi corazón». Todos sabemos lo exigente que es esto, y el compromiso personal que comporta. Las tentaciones en este campo requieren humilde confianza en Dios, vigilancia y perseverancia.
Mediante el consejo evangélico de la pobreza, ustedes podrán reconocer la misericordia de Dios, no sólo como una fuente de fortaleza, sino también como un tesoro. Incluso cuando estamos cansados, podemos ofrecer nuestros corazones agobiados por el pecado y la debilidad; en los momentos en que nos sentimos más indefensos, podemos alcanzar a Cristo, que se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8,9). Esta necesidad fundamental de ser perdonados y sanados es en sí misma una forma de pobreza que nunca debemos olvidar, no obstante los progresos que hagamos en la virtud. También debe manifestarse concretamente en el estilo de vida, personal y comunitario. Pienso, en particular, en la necesidad de evitar todo aquello que pueda distraerles y causar desconcierto y escándalo a los demás. En la vida consagrada, la pobreza es a la vez un «muro» y una «madre». Un «muro» porque protege la vida consagrada, y una «madre» porque la ayuda a crecer y la guía por el justo camino. La hipocresía de los hombres y mujeres consagrados que profesan el voto de pobreza y, sin embargo, viven como ricos, daña el alma de los fieles y perjudica a la Iglesia. Piensen también en lo peligrosa que es la tentación de adoptar una mentalidad puramente funcional, mundana, que induce a poner nuestra esperanza únicamente en los medios humanos y destruye el testimonio de la pobreza, que Nuestro Señor Jesucristo vivió y nos enseñó.
Queridos hermanos y hermanas, con gran humildad, hagan todo lo que puedan para demostrar que la vida consagrada es un don precioso para la Iglesia y para el mundo. No lo guarden para ustedes mismos; compártanlo, llevando a Cristo a todos los rincones de este querido país. Dejen que su alegría siga manifestándose en sus desvelos por atraer y cultivar las vocaciones, reconociendo que todos ustedes tienen parte en la formación de los consagrados y consagradas del mañana. Tanto si se dedican a la contemplación o a la vida apostólica, sean celosos en su amor a la Iglesia en Corea y en su deseo de contribuir, mediante el propio carisma, a su misión de anunciar el Evangelio y edificar al Pueblo de Dios en unidad, santidad y amor.
Encomiendo a todos ustedes, de manera especial a los ancianos y enfermos de sus comunidades, a los cuidados amorosos de María, Madre de la Iglesia, y les imparto de corazón mi bendición, como prenda constante de gracia y de paz en su Hijo, Cristo Jesús.

martes, 12 de agosto de 2014

11 Agosto. SANTA CLARA


El Sr. Arzobispo de Belcastro y Secretario de la Sagrada Congregación para los Institutos de Vida Consgrada, Mons. Fr. José Rodríguez
Carballo presidió las celebraciones en honar a Santa Clara en los Monasterios de Hermanas Clarisas de la Diócesis.

Por la mañana en Allariz y en Vilar de Astrés por la tarde, estuvo acompañado de numerosos sacerdotes y seminaristas de la Diócesis de Ourense.

¡¡¡ FELICIDADES, HH. CLARISAS !!!

PAZ Y BIEN